Por Kris Joseph
Directora Espiritual y Ex Miembra del Personal
en el Centro de Espiritualidad y Retiros Franciscanos en Prior Lake, MN

Kris Joseph, extendiendo la gracia de la Eucaristía, encarna la compasión y la unidad espiritual en su ministerio.
Desde mi más tierna infancia me he sentido atraída por Dios. Tengo muchos recuerdos atesorados de escuchar y compartir la fé con los demás. Estoy profundamente agradecida con Dios por este hilo en mi vida. Cuando me retiré del trabajo de retíro en 2015, consideré en oración lo que vendría después. Mientras reflexionaba, recordé a una amiga muy querida que ingresó a un centro de cuidados paliativos en 2002. Cuando la visité, en el momento en que estuvimos solas, dijo: "Kris, Jesús está aquí conmigo". Continuó, con ojos brillantes, diciendo que un capellán le había traído la Comunión y que Jesús había estado con ella desde ese momento. Pude ver y sentir el impacto de ese regalo.
Parecía muy natural que llevar la Sagrada Comunión a otras personas fuera mi próximo paso. Es un paso del que he encontrado una inmensa alegría, asombro y satisfacción. Muchos de nosotros experimentamos la enfermedad como un momento de aislamiento. Llevando la Comunión ofrece la oportunidad de visitarnos en la misma habitación, cara a cara, y compartir lo que es más grande que cualquiera de nosotros.
Me ha sorprendido la gracia que recibo cuando otros reciben la Comunión. Constantemente agradecidos, a menudo saben que Dios/Jesús está con ellos. Cada uno tiene su propia perspectiva única y ora frecuentemente para que Dios los llene de fé y amor. Una oró para que el Señor llenara cada célula de su cuerpo y, entre lágrimas, oró por sus hermanos y hermanas en todo el mundo. Ella compartió que esto la ayuda a no concentrarse en sus propios problemas. He llegado a creer que Jesús está diciendo: "Estoy contigo, quiero estar contigo, en tu lugar más oscuro y vergonzoso, estoy contigo".
Una mujer a la que atendí tenía una enfermedad pulmonar terminal. Al conocernos, ella compartió sus alegrías y satisfacciones junto con sus tristezas y temores. Fui testiga de su amor por su familia y por los demás. Un día me desperté con una sensación imperiosa de que necesitaba verla. Cuando llegué, su hijo estaba allí junto con una enfermera de cuidados paliativos. Me sugirió que volviera más tarde; sin embargo, su madre insistió en que entrara. Compartimos una breve escritura y oración, y tanto ella como su hijo recibieron la Sagrada Comunión. Durante mi breve visita, la sensación de la presencia del Señor estuvo con ella. Más tarde su hijo se puso en contacto conmigo para decirme que su madre había dado su último aliento muy tranquilamente después de que me fui. Estaba inmensamente agradecido por mi ministerio. Sigo agradecida por la guía y la gracia del Señor.
Ver y experimentar el don de la Comunión para los demás junto con su gracia ha profundizado mi fé. He sido testiga de cuán verdaderamente Cristo está con nosotros y estoy agradecida de poder compartir este ministerio tan significativo y transformador.