Por Omar Herrera
Especialización en Producción de Medios Digitales, 4to año en UTEP
Al principio, pensé que me divertiría ingresando a la universidad, haciendo amigos nuevos, yendo a una escuela nueva y estableciendo conexiones. Sin embargo, durante mi primer año en la Universidad de Texas en El Paso, me encontré
en una habitación mirando una pantalla por horas tratando de hacer la tarea. La pandémia de Covid-19 llegó a los Estados Unidos en la primavera de mi último año de la secundaria. Para mí, significó no graduarme, ni tener baile de gala, ni conectarme con las personas que amaba. Nunca hubiera imaginado que estaría atrapado en mi casa hablando virtualmente con la gente. Comencé a desarrollar ansiedad y depresión y quería que todo terminara. Quería encontrar a alguien; anhelaba conexiones, pero no sabía con quién.
Durante todo este tiempo, supe quién era Jesús, pero nunca conocí a Cristo personalmente. Durante mi segundo semestre en la universidad Dios había puesto un llamado en mi corazón. Un llamado a buscar la presencia de Dios. Sentí la necesidad de ir a mi parroquia local, asistir a Misa y orar más a menudo. Estaba confundido porque no sabía cómo desarrollar una relación con Dios.
Durante el Otoño del 2021 pudimos asistir a clases en persona, y en ese momento encontré el Centro Pastoral de la Universidad San Romero, donde ministraban varios Frailes Franciscanos Conventuales. Allí pude asistir a la Adoración por primera vez en mi vida. Al principio estaba perplejo y a veces con miedo de ir, pero el Señor siguió llamándome a ir todos los jueves durante todo el año escolar, y fue entonces cuando me di cuenta de que no solo estaba mirando un trozo de pan, sino que estaba en la presencia de Nuestro Señor Jesucristo. Fue allí donde me encontré con otros jóvenes que buscaban al Señor con todo su corazón. Fue allí donde comenzamos a mostrarle a Dios todo el amor que le teníamos en una canción.
Es en la alabanza y la adoración donde siento que el Espíritu Santo me acerca a Jesús en la eucaristía. A veces no aparezco, pero Jesús siempre está presente en la Eucaristía. A veces me doy cuenta de que sigo los movimientos. Sin embargo, mientras canto y a veces levanto mis manos en alabanza, o me arrodillo ante el Santísimo Sacramento, me uno a todos los Santos y Ángeles para honrar y alabar a Jesucristo.
Para citar a San Francisco de Asís: