Kenneth Davis es profesor visitante de espiritualidad en el Seminario Universitario San José de Luisiana. Su camino vocacional comenzó en 1973, cuando su parroquia en Louisville, Kentucky, organizó un retiro juvenil en el Monte San Francisco. Allí conoció a varios frailes en formación: jóvenes de su misma edad, marcados por una alegría y fraternidad inconfundibles. Recuerda haber pensado:, “Quiero lo que ellos tienen.” Hizo sus votos en 1980 y fue ordenado sacerdote en 1985.
Tras unirse a los frailes, se ofreció como voluntario para la labor misionera en Centroamérica, con la plena expectativa de servir en el extranjero durante décadas, como era habitual en aquel entonces. Sin embargo, en un giro inesperado, el P. Juniper le asignó el ministerio de la comunidad hispana en Chicago. Aunque hablaba español, conocía poco sobre las experiencias particulares de los hispanos en Estados Unidos. Esto llevó a su provincial a apoyar su búsqueda de un Doctorado en Ministerio centrado en el ministerio hispano. Otra asignación inesperada llegó cuando le pidieron que enseñara a seminaristas, algo para lo que nunca se habría ofrecido, pero que se convirtió en una de las grandes alegrías de su vida. A lo largo de los años, ha publicado una docena de libros, escrito más de cincuenta artículos y grabado varias conferencias.
Aun así, como suele enfatizar el Papa Francisco, lo que más importa es el encuentro personal. Ha llegado a comprender que la gente rara vez recuerda lo que escribió o enseñó, o los elogios que recibió. Sin embargo, durante la pandemia, muchos acudieron a él simplemente porque se había ganado su confianza: otra de las silenciosas sorpresas de Dios.
No afirma tener ningún talento particular fuera del ministerio, aunque disfruta de los videojuegos históricamente precisos. Al recordar las muchas sorpresas que han moldeado su vida, hay una verdad que no le sorprende en absoluto: la constante generosidad de los benefactores que hacen posible su ministerio. Su bondad y amabilidad, demostradas de forma constante a lo largo de tantos años, siguen asombrándolo, aunque nunca para sorprenderlo. ¡Gracias!


