Al recibir al Niño Jesús, sentémonos con María y reflexionemos con ella sobre el misterio de que Dios se convierta en uno de nosotros. En lugar de nacer en la riqueza y la gloria mundana, Jesús yace en un pesebre entre los animales. Y los ángeles no anuncian el nacimiento a los ricos ni a los que duermen tranquilamente en las posadas cercanas. En cambio, se aparecen a los pastores pobres, que vigilan sus rebaños por la noche.
Como nos instó San Francisco de Asís, acerquémonos con los pastores y parémonos entre los animales y observemos cómo María cuida a su recién nacido, dormido, indefenso, envuelto en sencillos pañales.
En palabras de Isaías:
Porque nos ha nacido un niño,
un hijo que nos fue dado;
la autoridad descansa sobre sus hombros;
y el es nombrado
Maravilloso Consejero, Dios Fuerte,
Padre Eterno, Príncipe de Paz.