
Cuando era adolescente, mi tío, que trabajaba en el departamento de circulación de un periódico matutino, me pidió que cubriera una ruta para él temporalmente. La ruta era más hacia el centro de la que solía recorrer y tenía algunos negocios en ella. Un negocio era un restaurante local. El primer día que llevé el periódico al restaurante, estaba mi papá, desayunando con varios hombres que no conocía. No tenía idea de que papá desayunaba en un restaurante y, aparentemente, lo había estado haciendo durante años.
El impacto vino porque el padre que conocí no era muy carpintero. Era amistoso, no me malinterpreten, pero hasta donde yo sabía, el círculo social al que él y su madre pertenecían se limitaba a la familia, la iglesia y el club euchre. No podía imaginármelo en un café klatch o club de desayuno. ¿Sobre qué hablaron? ¿Qué tenía que decir papá? No tenía ni idea. Reflexionando sobre esta nueva realidad, parecía claro que debió haber sido un participante activo. ¿Quién sería parte de tal reunión si nunca se les permitiera hablar? Por otro lado, ¿qué grupo de asistentes al desayuno permitiría que una persona simplemente se siente allí y escuche y nunca diga nada?
El Papa Francisco ha indicado claramente que la sinodalidad es un elemento constitutivo de la vida de la Iglesia. No es un complemento, como una cámara en un teléfono. La Iglesia no puede estar ni prescindir de él. Esa es la verdad objetiva. También es cierto que si la sinodalidad es tan elemental en la experiencia de la Iglesia, tiene que estar enraizada, ya, en nuestra humanidad. De lo contrario, nos sería ajeno, y el requisito de adoptarlo es una imposición. Familiarizarse con el proceso sinodal ayuda a ajustar nuestra visión para reconocer sus elementos donde ya residen en nuestra experiencia, los momentos sínodales de nuestra vida diaria. Entonces podemos llegar al punto en que podemos decir: “Oh, sí. Yo sé sobre eso. Me resulta bastante familiar”. De la misma manera que mis ojos se abrieron esa mañana en la cafetería, debemos tener una comprensión más amplia de la Iglesia y la sinodalidad. El sínodo pide un intercambio de experiencias abierto y mutuo entre todos los presentes.
El extenso proceso sinodal en el que se está involucrando la Iglesia no es solo un momento de transformación en la forma en que organizamos nuestro modo institucional de operar, sino también un momento de profunda familiaridad. Es similar a esos procesos sínodales de interacción humana cotidiana en los que participamos: en la cafetería, la tienda de comestibles, el club social. Es más, en cualquiera de esos lugares y ocasiones, existe la posibilidad de que el Espíritu Santo actúe, aunque sea a través de nuestra presencia allí como testigos de la presencia de Dios en el mundo. ¿Qué podemos hacer para fomentar ese momento de interacción humana para que se vuelva más plenamente humano, más santo? ¿Cómo podemos practicar la sinodalidad, tanto interesándonos activamente en el proceso de la Iglesia en los próximos años como en los “sínodos” a pequeña escala de los que ya somos miembros? Esos también están maduros con la posibilidad de transformación en algo más, algo del reino de Dios.