Mensaje del Santo Padre Francisco para la Celebración de la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, 21.07.2022
Este es el Mensaje enviado por el Santo Padre Francisco con motivo de la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación (1 de septiembre de 2022):
Mensaje del Santo Padre
MENSAJE DE SU SANTIDAD
PAPA FRANCISCO
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN
PARA EL CUIDADO DE LA CREACIÓN
1 DE SEPTIEMBRE DE 2022
¡Queridos hermanos y hermanas!
“Escuchar la voz de la creación” es el tema y la invitación del Tiempo de la Creación de este año. La fase ecuménica comienza el 1 de septiembre con la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, y concluye el 4 de octubre con la fiesta de San Francisco. Es un momento especial para que todos los cristianos oremos y trabajemos juntos para cuidar nuestra casa común. Originalmente inspirado por el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, este Tiempo es una oportunidad para cultivar nuestra “conversión ecológica”, una conversión alentada por San Juan Pablo II como respuesta a la “catástrofe ecológica” predicha por San Pablo VI allá por 1970.[1 ]
Si aprendemos a escuchar, podemos escuchar en la voz de la creación una especie de disonancia. Por un lado, podemos escuchar un dulce canto de alabanza a nuestro amado Creador; por el otro, una súplica angustiosa, lamentando nuestro maltrato a esta nuestra casa común.
El dulce canto de la creación nos invita a practicar una “espiritualidad ecológica” (Laudato Si', 216), atenta a la presencia de Dios en el mundo natural. Es un llamado a fundamentar nuestra espiritualidad en la “amorosa conciencia de que no estamos desconectados del resto de las criaturas, sino unidos en una espléndida comunión universal” (ibid., 220). Para los seguidores de Cristo en particular, esta luminosa experiencia refuerza nuestra conciencia de que “todas las cosas se hicieron por él, y sin él nada se hizo” (Jn 1, 3). En este Tiempo de la Creación, rezamos una vez más en la gran catedral de la creación y nos deleitamos con el “coro cósmico grandioso”[2] formado por innumerables criaturas, todas cantando alabanzas a Dios. Unámonos a San Francisco de Asís en el canto: “Alabado seas, mi Señor, por todas tus criaturas” (cf. Cántico del Hermano Sol). Unámonos al salmista en el canto: “¡Que todo lo que respira alabe al Señor!” (Sal 150:6).
Trágicamente, ese dulce canto va acompañado de un grito de angustia. O mejor aún: un coro de gritos de angustia. En primer lugar, es nuestra hermana, la madre tierra, la que clama. Presa de nuestros excesos consumistas, llora y nos implora que pongamos fin a nuestros abusos ya su destrucción. Luego también, están todas esas diferentes criaturas que gritan. A merced de un “antropocentrismo tiránico” (Laudato si', 68), completamente reñido con la centralidad de Cristo en la obra de la creación, innumerables especies se extinguen y sus himnos de alabanza son silenciados. También están los más pobres entre nosotros que están clamando. Expuestos a la crisis climática, los pobres sienten aún más gravemente el impacto de las sequías, inundaciones, huracanes y olas de calor que son cada vez más intensas y frecuentes. Así mismo, nuestros hermanos y hermanas de los pueblos originarios están clamando. Como resultado de intereses económicos depredadores, sus tierras ancestrales están siendo invadidas y arrasadas por todos lados, “provocando un grito que sube hasta el cielo” (Querida Amazonia, 9). Finalmente, está la súplica de nuestros hijos. Sintiéndose amenazados por acciones miopes y egoístas, los jóvenes de hoy claman, nos piden ansiosamente a los adultos que hagamos todo lo posible para prevenir, o al menos limitar, el colapso de los ecosistemas de nuestro planeta.
Al escuchar estos gritos de angustia, debemos arrepentirnos y modificar nuestros estilos de vida y sistemas destructivos. Desde sus primeras páginas, el Evangelio nos llama a “arrepentiros, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt 3,2); nos convoca a una nueva relación con Dios, y conlleva también una relación diferente con los demás y con la creación. El actual estado de deterioro de nuestra casa común merece la misma atención que otros desafíos globales como las graves crisis sanitarias y las guerras. “Vivir nuestra vocación de ser protectores de la obra de Dios es esencial para una vida de virtud; no es un aspecto opcional o secundario de nuestra experiencia cristiana” (Laudato si', 217).
Como personas de fe, nos sentimos aún más responsables de actuar cada día según la llamada a la conversión. Tampoco es un llamado simplemente individual: “la conversión ecológica necesaria para lograr un cambio duradero es también una conversión comunitaria” (ibíd., 219). En este sentido, se exige igualmente de la comunidad de naciones compromiso y acción, en un espíritu de máxima cooperación, especialmente en las reuniones de las Naciones Unidas dedicadas a la cuestión ambiental.
La conferencia COP27 sobre cambio climático, que se realizará en Egipto en noviembre de 2022, representa la próxima oportunidad para que todos se unan en la promoción de la implementación efectiva del Acuerdo de París. También por esta razón autoricé recientemente a la Santa Sede, en nombre y representación del Estado de la Ciudad del Vaticano, a adherirse a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y al Acuerdo de París, con la esperanza de que la humanidad del siglo XXI “será recordado por haber asumido con generosidad sus graves responsabilidades” (ibíd., 65). El esfuerzo por lograr el objetivo de París de limitar el aumento de la temperatura a 1,5°C es bastante exigente; hace un llamado a la cooperación responsable entre todas las naciones en la presentación de planes climáticos o contribuciones determinadas a nivel nacional más ambiciosas para reducir a cero, lo más rápido posible, las emisiones netas de gases de efecto invernadero. Esto significa “convertir” los modelos de consumo y producción, así como los estilos de vida, en una forma más respetuosa de la creación y del desarrollo humano integral de todos los pueblos, presentes y futuros, un desarrollo basado en la responsabilidad, la prudencia/precaución, la solidaridad, la preocupación por los pobres y para las generaciones futuras. Detrás de todo esto, se encuentra la necesidad de una alianza entre el ser humano y el medio ambiente, que, para nosotros creyentes, es un espejo que refleja “el amor creador de Dios, de quien venimos y hacia quien caminamos”[3]. La transición provocada por esta conversión no puede descuidar las demandas de justicia, especialmente para aquellos trabajadores que se ven más afectados por el impacto del cambio climático.
Por su parte, la cumbre COP15 sobre biodiversidad, que se realizará en Canadá en diciembre, ofrecerá a la buena voluntad de los gobiernos una importante oportunidad para adoptar un nuevo acuerdo multilateral para detener la destrucción de ecosistemas y la extinción de especies. Según la antigua sabiduría del Jubileo, necesitamos “recordar, volver, descansar y restaurar”[4]. Para detener un mayor colapso de la biodiversidad, nuestra “red de vida” dada por Dios, oremos e instemos a las naciones a llegar a un acuerdo sobre cuatro principios clave: 1. construir una base ética clara para los cambios necesarios para salvar la biodiversidad; 2. combatir la pérdida de biodiversidad, apoyar la conservación y la cooperación, y satisfacer las necesidades de las personas de manera sostenible; 3. promover la solidaridad global a la luz del hecho de que la biodiversidad es un bien común global que exige un compromiso compartido; y 4. dar prioridad a las personas en situación de vulnerabilidad, incluidas las más afectadas por la pérdida de la biodiversidad, como los pueblos indígenas, los ancianos y los jóvenes.
Permítanme repetir: “En nombre de Dios, pido a las grandes industrias extractivas –minería, petróleo, forestal, inmobiliaria, agroindustria– que dejen de destruir bosques, humedales y montañas, que dejen de contaminar ríos y mares, que dejen de envenenar los alimentos y personas”.[5]
¿Cómo no reconocer la existencia de una “deuda ecológica” (Laudato si', 51) contraída por los países económicamente más ricos, que más han contaminado en los dos últimos siglos; esto exige que se tomen medidas más ambiciosas en la COP27 y en la COP15. Además de una acción decidida dentro de sus fronteras, esto significa mantener sus promesas de apoyo financiero y técnico para las naciones económicamente más pobres, que ya están experimentando la mayor parte de la carga de la crisis climática. También sería adecuado considerar urgentemente un mayor apoyo financiero para la conservación de la biodiversidad. Incluso los países económicamente menos ricos tienen responsabilidades significativas, aunque “diversificadas” (cf. ibíd., 52) a este respecto; la demora por parte de otros nunca puede justificar nuestra propia falta de acción. Es necesario que todos actuemos con decisión. Porque estamos llegando a “un punto de ruptura” (cf. ibíd., 61).
Durante este Tiempo de la Creación, oremos para que la COP27 y la COP15 puedan servir para unir a la familia humana (cf. ibíd., 13) para enfrentar con eficacia la doble crisis del cambio climático y la reducción de la biodiversidad. Conscientes de la exhortación de san Pablo a alegrarnos con los que se gozan ya llorar con los que lloran (cf. Rm 12, 15), lloremos con la angustiosa súplica de la creación. Escuchemos esa súplica y respondámosla con hechos, para que nosotros y las generaciones futuras podamos seguir regocijándonos en el dulce canto de vida y esperanza de la creación.
Roma, San Juan de Letrán, 16 de julio de 2022, Memoria de Nuestra Señora del Carmen
FRANCISCO
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[1] Discurso a la FAO, 16 de noviembre de 1970.
[2] SAN JUAN PABLO II, Audiencia general, 10 de julio de 2002.
[3] Discurso en el Encuentro “Fe y Ciencia hacia la COP26”, 4 de octubre de 2021.
[4] Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, 1