
Arrepentirse y creer en el evangelio
por fray Wayne Hellmann, OFM Conv.
En noviembre de 2021, el Papa Francisco realizó una visita privada a las monjas contemplativas Clarisas en Asís. Además de pedir a las hermanas sus oraciones, les entregó un mensaje impactante. Su mensaje de noviembre sirve como una buena reflexión para los primeros días de Cuaresma. “Llevas sobre tus hombros los problemas de la Iglesia y también –me atrevo a decir– los pecados de la Iglesia, nuestros pecados, los pecados de los obispos, todos somos obispos pecadores; los pecados de los sacerdotes, los pecados de las almas consagradas… Y tráelos ante el Señor”.
¡Ninguno de nosotros está libre de pecado! Tomamos decisiones que son contrarias a la bondad de la creación o al vínculo natural que nos une, como seres humanos, unos a otros. Incluso negamos nuestra propia bondad, o la bondad de otro. No recordamos que todos nosotros somos creados a la imagen de Dios. A veces nos enfocamos demasiado en nosotros mismos o creamos imágenes falsas de nosotros mismos. Como el pueblo de Israel, nosotros también nos apegamos a los falsos dioses que nos rodean.
Al comenzar esta temporada santa, escuchamos el clamor familiar: ¡Arrepentíos! Arrepentíos es el primer llamado de Juan Bautista, en la primera línea del Evangelio de Marcos. El arrepentimiento es un llamado a recorrer un camino diferente a los caminos/valores del mundo. ¡Es un llamado a volverse a Dios! Para los que van a ser bautizados, es un llamado a entrar en la compañía de un nuevo pueblo escogido por Dios para ser sacerdotes, profetas y reyes. Para los que ya estamos bautizados, el arrepentimiento es un llamado a examinar nuestra fidelidad a este compromiso bautismal, a reflexionar sobre nuestra vida ya hacer cambios en nuestras actitudes y estilo de vida. La conversión permanente es vocación y misión de toda la Iglesia. El arrepentimiento es purificación continua, en vista de una participación más genuina en la “Buena Noticia” de la Pascua Pascual. Por lo tanto, la Cuaresma no se trata tanto de encontrar una “práctica” o “penitencia” privada e individualista, aunque tales prácticas tienen mérito, sino que se trata más de abrir nuestros corazones a la vida divina o la gracia que Dios busca darnos. La oración es primordial en este proceso. San Agustín, en un Sermón de Cuaresma, recuerda a su rebaño: “Con la limosna y el ayuno añadimos alas de fervor a nuestra oración para que puedan volar más fácilmente y llegar a Dios”. Claramente, en opinión de San Agustín, la limosna (gran generosidad de corazón) y el ayuno (sobre todo para dejar de lado todo pecado) abren nuestros corazones y los elevan a la oración.
Sin estas tres disposiciones tradicionales de Cuaresma (oración, ayuno y limosna) esenciales para el arrepentimiento o la conversión, nuestro corazón permanece cerrado, pero también nuestros oídos. Como diría San Francisco: Seguimos siendo oyentes sordos del Evangelio. Demasiadas otras voces contrarias al Evangelio nos abruman y extrañamos la voz del Espíritu Santo que nos habla en nuestros textos sagrados inspirados, especialmente en los Evangelios donde Cristo nos habla directamente. Sin un arrepentimiento continuo, somos sordos, no podemos “oír” el Evangelio, cuyo núcleo proclama el misterio pascual: el sufrimiento, la muerte y la resurrección de Jesús. Este anuncio del Evangelio nos abre el camino para estar con el Resucitado “sentado a la diestra del Padre”.
¡Que nuestro arrepentimiento cuaresmal abra el camino a la alegría pascual!