Cuando yo era párroco de una parroquia, un hombre me vino a pedir que predicara sobre un tema que era importante para él. Le dije que era un tema importante, pero que la Iglesia me ordena predicar una homilía, lo que significa predicar sobre las lecturas asignadas para ese fin de semana, no solo sobre algún tema de mi elección. Hay un enfoque en las lecturas elegidas, especialmente en la lectura del Antiguo Testamento y del Evangelio. En otras ocasiones puedo predicar una homilía sobre el tema que elija.
Una homilía abre la Palabra de Dios que acaba de ser proclamada. Una homilía se basa en las lecturas y habla de la verdad de que Cristo está presente en nosotros. Cristo está presente en la Palabra incluso antes de hacerse presente en la Eucaristía. Cuando la Palabra inspirada cobra vida en nuestros corazones, nos sentimos inspirados a vivir esa Palabra en nuestras vidas. La Palabra se arraiga en la carne.
Para predicar, necesito saber qué significa la Palabra proclamada desde mi interior. Este es el desafiante trabajo de la predicación: profundizar lo suficiente hasta donde el Evangelio toca mi propia vida. Necesito hablar desde mis experiencias donde conozco la lucha, la alegría, la paz y el amor del que habla Jesús en el Evangelio. Mi predicación no sólo hace referencia a mi experiencia personal, sino que también incluye lo que sé que es la experiencia de los demás.
Intento responder a la pregunta: “¿Por qué alguien quiera seguir el estilo de vida del Evangelio? ¿Cómo se beneficiaría la vida de uno al seguir a Cristo? ¿Qué diferencia haría?" Puede ser que no sea un camino más fácil; sin embargo, es la forma más eficaz de realizar las promesas de Cristo.
La alegría de predicar el Evangelio durante la liturgia surge cuando percibo a las personas haciendo la conexión entre la Palabra del Evangelio y sus propias vidas. "Esto se aplica a mi vida y me muestra cómo y por qué vivirla". Dando ejemplos de historias, de las vidas de los santos, de las noticias contemporáneas, de las películas, de la naturaleza y de la música y otras cosas cotidianas ayuda ilustrar cómo el Evangelio ya está vivo en las personas que nos rodean. Este reconocimiento puede animarnos y desafiarnos a vivir el Evangelio más fielmente, para nosotros y para los demás.
A medida que la Palabra se arraiga en nuestra carne, todos somos llamados a predicarla con nuestras vidas. Estamos llamados a ser las buenas noticias, ofreciendo la presencia de Cristo a los demás al conocer su presencia dentro de nosotros a través de la Palabra y de la Eucaristía.