
A principios de este mes, tuve la alegría de presenciar el bautismo de Catalina, la primera hija de mi mejor amiga Erica y su esposo, Zach. La ceremonia fue una reunión hermosa e íntima en la base militar de Fort Meade, celebrada por el arzobispo Broglio. Su familia más cercana rodeó a Catalina mientras era recibida en la Iglesia y en la familia de la fe.
Durante el rito bautismal, se pidió a los padres de Catalina que renunciaran al pecado y profesaran su fe en el Dios Trino en su nombre. El celebrante proclamó: “Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la Iglesia. Estamos orgullosos de profesarla, en Cristo Jesús nuestro Señor”, y todos respondieron con un sincero “¡Amén!”. Fue un momento poderoso, un recordatorio de que nuestra fe no es solo personal sino compartida. A través de esta profesión de fe, Catalina se unió a Cristo y a la Iglesia.
Este momento sagrado refleja el Credo que celebramos de manera notable este año. Este año 2025, el Credo de Nicea alcanzó un hito increíble: 1700 años de guiar a los cristianos en su fe. Elaborado en el Concilio de Nicea en el año 325 d. C., esta antigua profesión sigue siendo el centro de nuestro culto, proclamado todos los domingos y en los días festivos más importantes. Al igual que la profesión bautismal de Catalina, el Credo de Nicea es una expresión poderosa de la fe que compartimos como cristianos.
Cuando recitamos el Credo durante la Misa, hacemos eco del compromiso que asumimos en nuestro bautismo. Es un momento para renovar nuestra promesa bautismal, afirmando que ésta es la fe que defendemos juntos. El Credo nos arraiga en nuestra identidad como miembros de la Iglesia, uniéndonos a los cristianos de todo el tiempo y el espacio que creen en el mismo Dios Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Durante la Liturgia de la Palabra, escuchamos relatos del amor, las promesas y las acciones de Dios a lo largo de la historia de la salvación. Las lecturas, el Evangelio y la homilía revelan quién es Dios y cómo continúa acercándose a nosotros. Después de proclamar el Credo, respondemos a la Palabra que acabamos de escuchar. Decimos: “¡Sí, creemos esto!”. Es una declaración de fe en el Dios que nos habla a través de las Escrituras y que permanece presente en nuestras vidas.
Pero el Credo no es sólo la conclusión de la Liturgia de la Palabra, sino también un puente que nos lleva a la Liturgia de la Eucaristía. Al proclamar nuestra fe en el Padre que nos creó, en Jesús que vino a salvarnos y en el Espíritu Santo que nos une, nuestros corazones se preparan para recibir a Cristo en la Eucaristía. Esta profesión de fe compartida nos recuerda que la Eucaristía no es sólo un encuentro individual sino una celebración comunitaria de la vida que compartimos en Cristo. El bautismo de Catalina pone de relieve la profunda conexión entre el bautismo y el Credo. Así como sus padres profesaron la fe que moldeará su vida, nosotros profesamos esa misma fe cada domingo como Iglesia. Cuando recitamos el Credo de Nicea en la liturgia, nos adentramos en una tradición que ha perdurado durante 1.700 años. Nos unimos a miles de millones de creyentes, pasados y presentes, que proclaman juntos estas verdades.
El Credo de Nicea es una respuesta a la Palabra de Dios y un compromiso de vivir la fe que profesamos. Nos arraiga en la verdad, nos conecta con la Iglesia mundial y nos prepara para encontrarnos con Cristo en la Eucaristía. Es una antigua profesión de fe, un tesoro que ha moldeado a los cristianos desde el momento del bautismo hasta cada Misa que celebramos a partir de entonces.